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¿Quién pintó la cruz de Santiago a Velázquez en Las Meninas?

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Publicación original: 03/07/15 | Publicación en EFB: 03/07/15 | abc.es/cultura

¿Quién pintó la cruz de Santiago a Velázquez en Las Meninas?

El genio sevillano ingresó en la Orden tres años después de pintar el cuadro y apenas vivió 9 meses más. ¿Tuvo oportunidad de añadir la distinción por la que tanto luchó? Una leyenda apunta a otra mano, la del mismo Rey.

El cuadro de «Las Meninas» que pintó Diego Rodríguez de Silva y Velázquez en 1656 no era exactamente igual a la obra maestra que hoy atrae las miradas en el Museo del Prado. Un detalle no fue incluido por el artista cuando retrató a la familia de Felipe IV en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid. No se sabe cuándo se añadieron esas pinceladas, aunque por fuerza se incorporaron al menos tres años después.

Velázquez no lucía en su pechera la cruz de Santiago cuando se retrató a sí mismo trabajando ante un gran lienzo junto la infanta Margarita, las meninas María Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco y los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, entre otros personajes de la escena. Por aquellas fechas ni siquiera se habían dado los primeros pasos para que ingresara en la prestigiosa orden y no se le hubiera ocurrido semejante atrevimiento

Fue en 1658 cuando Felipe IV premió a Velázquez con el hábito de la Orden de Santiago. Para ser caballero de esta orden militar no bastaba, sin embargo, con la voluntad real. El Consejo de Órdenes debía comprobar en un largo proceso si el candidato reunía los requisitos exigidos: cristiandad, legitimidad y nobleza de sangre de sus cuatro abuelos, así como no haber ejercido ningún oficio de los considerados viles en su época, como el de pintor por oficio. Más de cien testigos, entre ellos Zurbarán, Alonso Cano o Juan Carreño de Miranda, aseguraron que Velázquez nunca había pintado por dinero, sino para el gusto del Rey. 

Nacido en una familia modesta de origen portugués, el artista tenía que probar además la espinosa cuestión de la pureza de sangre de sus padres y abuelos. «Velázquez no tenía "limpieza de sangre": era descendiente de conversos», según Jonathan Brown.

Tras ocho meses de investigación, en febrero de 1659 el Consejo de Órdenes emitió un dictamen en el que aceptaba las pruebas de cristiandad y legitimidad de Velázquez, pero no la nobleza de su abuela paterna y de sus abuelos maternos. Hizo falta que, a petición de Felipe IV, el Papa Alejandro VII dispensara a Velázquez de su no probada nobleza para que el 28 de noviembre de 1659 el Rey otorgara la cédula por la que hacía «hidalgo al dicho Diego de Silva» y éste fuera armado caballero de Santiago en el convento de Corpus Christi de Madrid.

«En todo este largo proceso no quedaba la menor duda del favor regio explícitamente manifestado en la celeridad con la que se sortearon los últimos escollos o en la respuesta que dio el propio Monarca, cuando se puso en duda la calidad del pretendiente por parte del Consejo de Órdenes. Se dijo entonces que había dicho el Rey: "poned que a mí sí me consta de su calidad"», señaló Jaime Salazar y Acha en el capítulo «Velázquez, Caballero de Santiago» del libro «Velázquez, en la Corte de Felipe IV» (Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 2004).

Felipe IV «sabía pintar»

Ese favor regio dio pie a la leyenda de que fue el propio Felipe IV quien pintó la cruz de Santiago sobre el traje del pintor de Las Meninas, para que pasara a la posteridad con la distinción que tanto le había costado conseguir. Velázquez era su artista predilecto y, según John J. Elliot, «parece que se desarrolló entre ambos hombres un vínculo personal, que reflejaba no sólo la intimidad que puede llegar a haber entre un artista y su modelo, sino también gustos y simpatías compartidos» a lo largo de 37 años de trato directo. Se dice que al enterarse del fallecimiento del pintor, Felipe IV afirmó: «Yo perdí en él un buen amigo porque correspondía a mi voluntad».

El monarca, además, «supo y ejerció el arte de la pintura en sus tiernos años», según Lope de Vega. «No se conservan cuadros suyos, pero sí noticias de que sabía pintar y hay referencias a un cuadro en el que aparecía pintando», explica Javier Portús, jefe de conservación de Pintura Española (hasta 1700) del Museo del Prado.

No existe «ningún dato concluyente» que indique si la cruz de Santiago fue pintada antes o después del fallecimiento del artista el 6 de agosto de 1660, según Portús. Ningún aspecto en los trazos lleva a pensar que esta cruz roja con forma de espada, con sus dos brazos y la empuñadura rematados con una flor de lis, fuera realizada por otra persona, «pero tampoco se puede asegurar, a través de la pincelada, que la pintara Velázquez», continúa el experto del Prado.

El artista sevillano había representado cruces militares en los retratos de personajes con derecho a ostentarlas, como el Conde Duque de Olivares, el oidor del Consejo de Castilla Don Diego del Corral y Arellano o Pedro de Barberana, contador mayor y miembro del Consejo Privado del Rey. Tampoco destaca la que luce Velázquez en Las Meninas por su tamaño. «La cruz de Calatrava que luce por partida Pedro Berberana es mucho más ostentosa», constata Portús.

A juicio de este experto, «no es imposible» que el retoque fuera obra de su discípulo y yerno, Juan Bautista Martínez del Mazo, aunque el mismo Velázquez contó con nueve meses para pintarla antes de fallecer y tuvo oportunidad de añadir la distinción en el cuadro, que se cree que estaba por aquel entonces en el despacho del Cuarto de Verano del Alcázar (allí es citado por primera vez en 1666).

¿Cuál de todas las hipótesis resulta más creíble? «A gusto del consumidor», responde Javier Portús, aunque en su opinión «es muy probable que lo hiciera él mismo».

La ambición cortesana del genio

«Da la impresión de que para Velázquez, la pertenencia a una orden tan prestigiosa (como la de Santiago) y el ascenso al vértice de la pirámide social de la España de entonces era tan importante como su arte», señalan Rainer y Rose-Marie Hagen en «Los secretos de las obras de arte» (Taschen).

Su larga carrera cortesana comenzó en 1627 como ujier de cámara. En Las Meninas él mismo se representa con la indumentaria habitual entre los cortesanos de cierta categoría, con las llaves de aposentador, un cargo con destacada importancia en la Corte que solicitó en 1652, pero que implicaba una enorme cantidad de tareas humildes, como encargarse de las sábanas del rey, de los sacos de paja de los guardias, del abastecimiento de leña y carbón, de controlar al personal de limpieza o sostener la silla del rey durante los ágapes públicos, según señalan Rainer y Rose-Marie Hagen. Los trabajos aún eran más agotadores durante los desplazamientos de la corte. En julio de 1660, a su regreso de la frontera con Francia donde Felipe IV prometió a su hija María Teresa de Austria con Luis XIV, Velázquez escribió: «He regresado a Madrid agotado por el viaje de noche y el trabajo de día». Falleció un mes después. En los últimos años, el artista se vio obligado a reducir su actividad pictórica por sus obligaciones palaciegas.


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